El descubrimiento de nuevos materiales ha propiciado enormes saltos cualitativos en la historia del hombre. Hace unos 8.000 años fue el cobre; hace 5.000 años, el bronce, y hace unos 3.000 años, el hierro. La época actual ha sido justamente llamada la Edad del Plástico. Este material reúne unas características que lo hacen ideal para crear casi cualquier cosa. Es económico, ligero, moldeable, impermeable e incluso reciclable. En el último siglo, los plásticos han contribuido de forma significativa al desarrollo de la humanidad en campos como la medicina, la investigación, la preservación de alimentos, la eficiencia energética o la propia conservación de la naturaleza. La aparición del plástico ha sido clave para aliviar la presión extractiva que los humanos ejercían sobre el medio ambiente. Existen ejemplos de cómo frenó el comercio de colmillos de marfil en África o el de caparazones de tortuga carey en el Caribe, materiales que antes se usaban para crear pulseras, broches, peines y peinetas, entre otros enseres.
Los plásticos han contribuido de forma significativa al desarrollo de la humanidad
Pero es innegable que hacemos un uso abusivo de los plásticos. En apenas dos o tres generaciones de uso generalizado, hemos inundado el planeta de desechos difíciles de digerir, potencialmente eternos. El mismo plástico que salvó tortugas, está ahora literalmente ahogándolas.
Tenemos la esperanza de que la tecnología nos presente pronto al material ideal, una alternativa al plástico que nos permita continuar con nuestro estilo de vida sin poner en riesgo al planeta. Existen ejemplos de bioplásticos biodegradables derivados de algas, patatas, caparazones de crustáceos, cera de abeja, maíz. Sus propiedades permiten sustituir al plástico en muchos usos, pero sólo desde un punto de vista técnico. Otros aspectos hacen poco viable un relevo amplio del plástico por estos nuevos materiales. El primer escollo es económico. El coste de producción del plástico es tan bajo que no tiene competencia. En segundo lugar está el inconveniente de la incapacidad actual de los bioplásticos para satisfacer la demanda mundial. La producción global de plástico aumenta de forma exponencial. Llegó a los 380 millones de toneladas en 2015, y se espera estar cerca de los 1.000 millones en 2050 si seguimos como hasta ahora. Alimentar esta voracidad con bioplásticos sintetizados a partir del cultivo o extracción de biomasa puede plantear peligrosos efectos secundarios para el planeta. En contraste, usamos solo un 5% de nuestro consumo de petróleo y gas para sostener la demanda actual de plástico, y esto ocurre reciclando menos del 10% del plástico producido. El uso masivo de bioplásticos con la etiqueta biodegradable podría ser una bomba de relojería en un mundo con 7.500 millones de consumidores y creciendo. El concepto biodegradable incita al vertido de residuos en la naturaleza con la tranquilidad de que abonará la tierra. Pero si sobreabonamos una planta, la perdemos; y si sobreabonamos un ecosistema, también.
Reciclar los materiales, con todas sus limitaciones, es la vía para minimizar las extracciones y los vertidos en la naturaleza. Y para esto, los polímeros plásticos realmente reciclables nos sirven, siempre y cuando los usemos bastante mejor que hasta ahora. Los bioplásticos nos ayudarán a mitigar nuestra dependencia del plástico. Idealmente los extraeremos de la variedad de residuos agroalimentarios actualmente sin uso; y los emplearemos para sustituir al plástico en productos puntuales, especialmente aquellos más agresivos para el medio ambiente. Sin embargo, la jubilación del plástico no parece estar cerca, y esperemos poder disponer de este recurso finito durante mucho tiempo.
Andrés Cózar es profesor de Ecología de la Universidad de Cádiz.